¡Estamos a tan solo algunos días del Domingo de Resurrección! Ese día es sumamente especial en el calendario de la iglesia porque es cuando celebramos que Jesucristo vive y reina para siempre. Por tanto, durante las próximas semanas, como parte de nuestra preparación para ese día glorioso estaremos meditando en algunos aspectos clave de esas buenas noticias. Para comenzar, consideremos el anuncio de su nacimiento sobrenatural: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:31-35).
El nombre JESUS literalmente significa “SALVADOR.” No se le podría haber dado un mejor nombre al niño que María daría a luz, pues a José se le dijo: “él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Y ese fue precisamente el propósito de la encarnación de Jesús. Su concepción sobrenatural hizo posible que naciera sin pecado y por ende libre de la culpa del mismo. De manera que, de acuerdo a las demandas de la ley de Dios, Jesús era el sacrificio perfecto. Él era “el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), libre de defecto y mancha alguna. La vida perfecta que este Santo Ser viviría sería necesaria para que nosotros pudiésemos ser declarados justos a base de sus méritos. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Hablaremos más acerca de este glorioso intercambio la semana que viene.
En este pasaje de Lucas vemos que a Jesús se le asignan varios títulos: Hijo del Altísimo, Rey e Hijo de Dios. Cada uno de estos títulos revela quien Jesús es. Jesús es el Hijo del Altísimo, es decir, el Hijo de Dios. Por esa razón, a lo largo de los evangelios vemos que él se dirige a Dios como “mi Padre.” Por tanto, la historia de la redención es la de Dios Padre enviando a Dios Hijo a restaurar Su reino. Es por eso que cuando comienza su ministerio terrenal, estas fueron las palabras de Jesús: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Sin embargo, la restauración del reino glorioso de Dios implicaba que Jesús debía sufrir primero. El camino a la gloria requeriría atravesar un valle de dolor, tal como Isaías lo había profetizado cientos de años antes. Sin embargo, el reino que Jesús había venido a inaugurar sería consumando en su segunda venida. Cuando ese día llegue, él se sentará en el trono de David y su reino no tendrá fin. Gobernará para siempre, no solamente sobre el pueblo de Israel, sino sobre todos los redimidos de toda lengua, tribu y nación a quienes vino a salvar.
Jesús, el salvador, vino al mundo para salvar a los pecadores. ¡Gloria a Dios que nos envió a un Cordero para pagar la culpa por nuestro pecado! ¡Esas sí que son buenas noticias! Por tanto, ¿está incluido tu nombre en el número de los redimidos? ¿Será tu nombre llamado cuando allá se pase lista? Para que los hombres sean salvos, es necesario que se arrepientan de sus pecados y crean en Jesús solamente como su suficiente Salvador, tal como él lo predicó. Así que, mientras preparas tu corazón para celebrar el Domingo de su Resurrección, recuerda que la salvación es posible gracias a que el Salvador del mundo nació hace dos mil años atrás en un pesebre de Belén.
Es nuestra oración que este recurso estimule tus afectos por la Palabra de Dios, sea de edificación para tu alma, te ancle en el conocimiento de la verdad y redunde en tu crecimiento espiritual.
¡Que Dios te bendiga!
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